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Educar para la honestidad

Post de artículo en Diario Uno, 15 noviembre, 2018

Publicado: 2018-11-22

Un reciente estudio internacional sobre Educación Cívica y Ciudadana (IEA 2016) reveló que la mitad de los estudiantes de Chile, Colombia, México, Perú y República Dominicana no comprende qué es la democracia y piensa que está bien que un servidor público ayude a sus amigos a conseguir trabajo. Siete de cada diez acepta una dictadura si garantiza orden y beneficios económicos y 23% opina que puede recibir soborno si su sueldo es bajo. 

La encuesta muestra que la crisis moral instalada en las estructuras de poder está desdibujando la democracia como convicción. La corrupción que creímos derrotar el 2001 aparece de nuevo en todo su tenebroso esplendor, como un monstruo de siete cabezas. Sin embargo, desde la reserva moral del Perú está siendo posible revertir esto. Somos testigos de que existen magistrados y periodistas honestos. La parte sana de la sociedad está reaccionando. Las audiencias y sentencias judiciales son vistas en plazas y lugares públicos y muestran lo que 6 meses atrás se pensaba imposible: que la corrupción es sancionada y puede poner a “intocables” tras las rejas.

Este momento esperanzador en el país debería constituirse en una oportunidad para educar en ciudadanía. A propósito resumo algunos de los planteamientos de un artículo anterior con vigencia actual (1).

¿Qué puede hacer la educación? Frente al envilecimiento y clientelismo debemos apostar por la constitución de la personalidad moral. La educación debe reconfirmar nuestra dignidad humana para que nadie se venda por un taper. “Nacemos humanos, pero eso no basta: tenemos también que llegar a serlo. Nuestra humanidad biológica necesita una confirmación posterior"(2). Solo así la ética funcionará como estructuradora de comportamientos y actitudes.

La ética debe estar en el epicentro educativo. No es un aprendizaje más sino el centro nodal de todos los aprendizajes. Debe dejar de ser colocada al mismo nivel que las habilidades instrumentales, como inglés o matemáticas. De muy poco servirán los recursos dedicados a la eficiencia de la educación si las futuras generaciones carecen de fuerza de espíritu para producir un viraje en el imaginario de país.

No se trata de un aprendizaje cognitivo. Debe ser contextualizado y gestarse como un fenómeno socio cultural y participativo. El uso de dilemas morales planteados desde hechos concretos y problemas éticos reales resulta pertinente e implica perder el falso miedo a “politizar” la acción educativa. Como decía Pablo Freire (hoy censurado por el fascista Bolsonaro), la educación es siempre un quehacer político porque tiene un rol emancipatorio.

Tenemos ante nosotros un gran reto y posibilidad: convertir la educación en clave ética para un nuevo país.

(1) TareaInforma Nº 175, 2017-03-06, TOVAR, T, Una ética para tiempos difíciles.

(2) FERNANDO SAVATER, El valor de educar, Ed. Ariel, Barcelona 1997, p.21


Escrito por

Teresa Tovar

Socióloga por titulación y escribiente por fatal afición, creo que combinar indignación, risa y algo de esperanza es una buena receta


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